Para una persona que tiene la cabeza como los típicos profesores medio
chiflados de las películas –solo que no tiene el pelo blanco ni barba ni gafas
redondas-, y que no hay día que salga de la casa que no tenga que devolverse
porque se le olvidó algo, encontrarse con alguien como yo a su cargo constituye
una auténtica prueba de superación personal.
El poco espacio destinado a las cosas prácticas se vio completamente
anulado cuando entré en escena: los porteros le avisan constantemente de que se
ha dejado las llaves colgando de la cerradura. Cuando viene a sacarme y a darme
de comer en su pausa de mediodía se las deja dentro de la casa de manera que, con
sus tacones y todo, le toca subir por una escalera de mano desvencijada de dos
metros de alto que tienen los porteros para entrar por la ventana y meterse de
cabeza en el apartamento, mientras sus estudiantes la esperan en el aula sin
siquiera sospechar en qué anda. Las primeras veces yo lloriqueaba desde abajo
preocupada de verla subir tan alto y no poder acompañarla; últimamente espero a
que salte y me abra la puerta de la casa meneando la cola, y ella sube incluso con
una mano hablando por el celular. Además de olvidarse las llaves ya perdió tres
copias, de manera que tuvimos visita del cerrajero para cambiar la cerradura,
ya que llegó un momento en que no podíamos entrar más por la puerta.
El celular también le resulta bastante escurridizo hasta el punto de que está intentando entrenarme para encontrarlo. De momento tiene que llamar de cuando en cuando a la portería para pedir, bastante avergonzada, que le timbren a ver si, por el sonido, es capaz de localizarlo en los dos pisos de nuestra casa. Generalmente aparece, salvo un día que pasó la noche entera en la tienda.
Con este trajín, los señores porteros la aman y la temen por igual, porque nunca saben si les va a saludar muy amable y ya, o si a continuación les va a pedir que le suban, por favor, la escalera. Ella, que es consciente de que esos señores tienen la paciencia de santos y que con certeza no han visto nada igual en su vida, los consiente mucho y les muestra su agradecimiento regalándoles chocolates, galleticas y sonrisas.
El celular también le resulta bastante escurridizo hasta el punto de que está intentando entrenarme para encontrarlo. De momento tiene que llamar de cuando en cuando a la portería para pedir, bastante avergonzada, que le timbren a ver si, por el sonido, es capaz de localizarlo en los dos pisos de nuestra casa. Generalmente aparece, salvo un día que pasó la noche entera en la tienda.
Con este trajín, los señores porteros la aman y la temen por igual, porque nunca saben si les va a saludar muy amable y ya, o si a continuación les va a pedir que le suban, por favor, la escalera. Ella, que es consciente de que esos señores tienen la paciencia de santos y que con certeza no han visto nada igual en su vida, los consiente mucho y les muestra su agradecimiento regalándoles chocolates, galleticas y sonrisas.
También perdió el monedero en Agrocampo (que es un centro comercial gigante
en Bogotá para nosotros). El fin de semana el lugar es un hervidero de mascotas
y personas. Todo el mundo repara en que soy adoptada y que estoy muy flaca, de
modo que somos el centro de atención en un lugar donde solo hay perros de raza
bien alimentados. Yo, en mi tónica, doy unos pasos y me boto al piso; la gente se
bota igualmente al piso para consentirme, de manera que interrumpimos el paso y
se amontona más gente a nuestro alrededor: todos quieren conocer mi historia, abordan
a mi mamá mientras ella carga mi cama nueva y no sé cuantos productos más en
los brazos, le preguntan varias personas a la vez y todos le transmiten sus
bendiciones; y ella, aunque agradece las atenciones, llega a estar abrumada
por la situación… Se siente como la jefa de prensa de Paris Hilton, y abandona
su dinero y sus tarjetas a su suerte en uno de los puntos para clientes –el de
la factura, el de la entrega del producto, o el de pago- diseminados por toda
la tienda para que, desplazándote de uno a otro a punto de matarte esquivando
correas, descubras que necesitas un pollo de plástico que pita o un tutú de
bailarina para tu perro. Por suerte apareció más tarde, sin el dinero, justo cuando acabábamos
de llegar a la casa, en el otro extremo de la ciudad, y tuvimos que volver a recogerlo... Un par de días después, sin
embargo, el monedero, que la acompañó por medio mundo, nos dejó, esta vez para
siempre (sospechamos que en un taxi), justo el día que habíamos botado mi
segunda correa en algún lugar de Bogotá.
Lo que más pánico le produce a mi mamá es la idea de perder la cédula de
extranjería colombiana, que le costó varias mañanas de espera interminable en unas oficinas del norte de la cuidad (y
eso que es la temporal, la definitiva tenía que haber ido a recogerla hace ya
más de tres meses). Por eso motivo ella se desplaza siempre indocumentada lo
cual, en un país como Colombia, es como salir a la calle sin ropa, dado que
cualquier gestión que uno quiera realizar requiere de identificación personal.
Por este motivo, y porque también se le olvida el dinero, la tarjeta o el
recibo –o directamente se le pasa la fecha de pago-, hemos estado a punto de
que nos corten el gas, la luz y el agua, dado que todavía no ha logrado cancelar
ninguna de las facturas a tiempo.
Como ven vivo en condiciones extremas, y a veces tengo incluso que acudir en
su ayuda: el otro día nos dirigimos a la central de Bancolombia sobre la 7ª
dispuestas a sacar ni más ni menos que 3.000.000 de pesos (aproximadamente 1.200 euros) para pagar
el arriendo y algunos de mis tratamientos. Con todo sigilo –los perritos no
podemos entrar- me amarra a una barandilla dentro del local y se
pone en la fila preferente. La cajera le dice que no puede darle la plata sin
documentación, no cabe hacer ninguna excepción, lo tienen estrictamente
prohibido. Mi mamá, que no tiene tiempo de regresar a la casa antes de irse a la
Universidad -y que no puede dejar un día más sin pagar porque ya está en mora-, insiste en que le hagan todas las preguntas de seguridad y finalmente solicita
hablar, por favor, con la directora de sucursal. En el momento en que se acerca
y mi mamá procede a explicarle la situación yo, que siempre me quedo callada y
juiciosa en el lugar que me deja, decido ayudarla y me pongo a aullar bien alto
para que vean que se trata de una auténtica emergencia. La frenética actividad del
banco se detiene por unos instantes debido a ese sonido tan desgarrado y poco
habitual que proviene del interior de las instalaciones. Veo a mi mamá ponerse
roja como un tomate y en ese momento la directora me mira alucinada, luego
sonriente, y le deja sacar el dinero y venir a reunirse conmigo una vez hechas
todas las gestiones. Moraleja: quien no llora no mama…
Pese a esto que les cuento se está ocupando muy bien de mí, aunque ella ha
tenido alguna crisis pensando que no es la persona apropiada para tener a
alguien a su cuidado, y menos a una perrita enferma. La noche que me puso mi
primera pipeta antipulgas –disque altamente toxica- lloraba desconsoladamente
cuando se dio cuenta de que el veterinario le había dado una dosis para perros de
entre 20 y 40 kg (yo apenas pesaba 15 entonces), y lloró aún más al ver que la
mitad del contenido se había quedado en mi collar que se había olvidado de
quitarme y que yo podía haber alcanzado a lamerme, envenenándome. La verdad es
que tuvimos suerte porque de ese modo me echó finalmente la dosis exacta.
Nunca olvida darme una pastilla (que he tomado durante 6 semanas seguidas),
ni comprar mis medicamentos, ni se la ha pasado una fecha de vacunación, aunque
a cambio casi tengo que escalar para entrar en la casa por la ventana. Muy
probablemente sea una de las perritas que más sale a pasear del sector. En este
tiempo, sólo se olvidó una noche de sacarme a la calle y aguanté como una
jabata 14 horas sin orinarme. Para comer mis horarios son más bien relajados y siempre
tengo algo rico porque está casi más pendiente de mis comidas que de las suyas,
de manera que habitualmente acabamos compartiendo mi jamón, mis mogollas y mi
carnecita porque ella no tiene nada en la nevera. Con el concentrado, sin
embargo, todavía no se ha atrevido, yo creo que es porque resulta demasiado
duro para sus dientecitos...
Tranquila linda, que las mamas asi de despistadas son las mejores del mundo, seguro que solo se despista de cosas que tienen que ver con ella, y aunque en ocasiones se va a sentir desbordada, solo con mirar para tus ojillos, ya se va ha quedar tranquila y feliz, de saberte en su vida, porque has entrado por la puerta grande, y jamás volverá a sentirse sola, con una perrita tan linda y guapa como tú. Un saludiño desde Galicia
ResponderEliminarYo, tengo muchas ganas de verla en acción cuando vayamos de viaje... Hoy salimos de excursión y pensaba que habría ríos (en Colombia hay mucha agua), y se la ha pasado de finca en finca pidiendo agua para mí. Espero ir de viaje pronto por tu tierra, si finalmente logro viajar! Lametazos desde Bogotá
EliminarEn la caminata del domingo la vi muy bien, a pesar de todos sus problemas físicos se sabe desenvolver, tiene una forma muy particular de correr (la mitad de su cuerpo va hacia un lado y la otra mitad para otro) pero lo disfruta y se ve que no es problema para ella. saludos
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarSi, ella está feliz, y yo también de verla el cambiazo que ha dado y lo ágil que está. Lo de la cojera puede ser hasta práctico para distinguirla(sobre esto uno de los siguientes posts :). Un abrazo!
EliminarQuerida Linda, perra lista y amorosa, además de afortunada. Me has hecho reír con tu táctica para ayudar a mamá en el banco. Gran equipo el vuestro. Dile a Yamila que todo lo que hace por ti le vendrá de vuelta multiplicado por 7. Un abrazo cariñoso a ambas. Gracias por el buen rato que me hacéis pasar
ResponderEliminarMe alegro de que pases un buen rato leyendo mis aventuras... La verdad, cada día es un mundo nuevo para las dos con situaciones dramáticas y también divertidas y yo intento darles también a las dramáticas un toque de humor. Espero que nos sigamos viendo y riendo por aquí. Un abrazo (tengo algo de barro en las patitas, espero que no te importe...)
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