lunes, 5 de agosto de 2013

¡De aniversario!


Este fin de semana se cumplió el 6º mes desde que dejé el Llano: para celebrarlo fuimos a pasar el fin de semana a casa de mi amiga Elena en Tabio y me revolqué feliz, sonriente, con la lengua fuera, en otra caca pestilente. Además, debido a lo especial de la celebración, me dí tremendo festín con la misma caca, que sabía a gloria, de manera que vinimos todo el viaje desde allá, con las ventanillas bajadas sintiendo el aire frío de la noche en nuestros hocicos, y con el cortavientos y gorro puestos dentro del carro. 


Ahora me encuentro sola en el piso de abajo atada a la pata de la silla rodeada de mis comederos y juguetes y todo apunta a que mi mamá está decorando el piso de arriba con girnaldas y serpentinas de colores para que ya suba corriendo y resbalando por las escaleras y celebremos dentro de la cama tan destacado evento.

Lo que me sorprende es que ya lleva mucho rato ahí arriba y se siente un silencio sepulcral... 


¡Ya les enseño fotos de la fiesta!
Esta mañana amanecí todavía aquí
Que aburrimiento...


 

domingo, 28 de julio de 2013

El día que conocí a Dios


Yo, una perrita que causa admiración por su juicio y obediencia, sentí hoy la llamada irrefrenable del Señor que, curiosamente, colisionaba frontalmente con la de mi mamá... Así, mientras ella me pedía que la esperara en la puerta de la iglesia de Choachí, una voz que salía del altar me instaba a acercarme hasta allí corriendo haciendo entrechocar mis chapas por la larga nave central del templo como si fuera una novia al encuentro de su prometido. Esta operación se repitió las tres veces que mi mamá me sacó de nuevo a la puerta de tan sacro lugar. 


Mi devoción causó la admiración -y también la risa- de todos los presentes; e incluso de mi mamá que, a la vista de lo paranormal del fenómeno (dado que normalmente hago lo que me pide y la espero juiciosa incluso cuando sale de mi campo de visión), me compró un rosario y me inscribió a clases de catecismo, de manera que probablemente me convierta en la primera perrita en tomar la primera comunión. 

Mmmmmmm y la hostia.... ¿Tendrá forma de huesito?

lunes, 27 de mayo de 2013

Chanel nº 5

Me di cuenta de que soy una fashion victim adicta a los perfumes fuertes cuando empecé a salir al campo con mi mamá. Hasta entonces, en la cuidad y en la bomba de gasolina, sólo había conocido aromas con una nota suave y con poca personalidad: desperdicios de comida, excrementos y orines humanos y perrunos, humo de carros… Pero nada comparado con la deliciosa fragancia de un cadáver en descomposición, restos de pescado putrefacto o una caca de vaca o de caballo sobre el pelaje, además de otros que mi mamá no ha podido identificar pero que a mí me parecen deliciosos y a ella, que no tiene el sentido del olfato desarrollado, le producen arcadas.

Tanto es así que la primera vez que me revolqué para perfumarme en nuestra primera salida juntas fuera de Bogotá -en Silvania-, ella creyó que el olor provenía de caca de pájaro –si bien cabe alegar decir en su defensa que le pareció muy extraño que existiera un ave tan enorme- y siguió acariciándome sin grandes reparos. Justo antes de partir hacia la ciudad salimos a dar otro pequeño paseo y de nuevo ese olor conocido surca el aire en dirección a nuestros hocicos, ¡qué delicia! En ese momento mi mamá descubre al borde del camino el cuerpo de un animal de tamaño mediano en estado de descomposición avanzada, sitiado por las moscas, quedando de él jirones de lo que había sido la piel, y unos dientes que parecen reírse de ella por haber pensado que se trataba de excrementos de paloma, y a mí a doblando las patas delanteras casi desmayada de placer a punto de echarme encima. Su grito arruina ese momento sublime y ella da por finalizado el paseo por ese día y nos devolvemos a la finca a paso ligero para someterme a esa tortura llamada “baño” de modo que sus amigos nos reciban en el carro para devolvernos a la ciudad. Por la noche, ya en nuestra casa, el olor que todavía emano desde el piso de abajo -amplificado por la imagen del cadáver todavía fresca en su retina-, hace que ella casi vomite y no pueda respirar hondo hasta que a la mañana siguiente me deja a primera hora en la veterinaria para que me quiten “esa peste asquerosa como sea” (dixit).

En nuestra siguiente salida al embalse de Chivor con sus amigos ciclistas mi mamá pide a una familia que se queda en la finca mientras otro grupo monta en bici que, por favor, conociendo mis antecedentes, si me llevan a algún lado, no me suelten. Dicho y hecho: mi mamá se va, yo lloriqueo y halo de la correa porque quiero que me lleve y ella me grita desde la bici “Espérame, Linda, espera”. Esa instrucción la conozco bien, de manera que me quedo tranquila porque sé que, tarde o temprano, ella regresa a buscarme. Pasado el rato la familia que tengo a mi cargo va a dar un paseíto por las veredas hasta la tienda y me llevan. Una vez allá, sin embargo, y presa de mis encantos hipnóticos que ya les he revelado, me sueltan y yo, aplico mi táctica escapista infalible, es decir, dejo que se confíen y, en el momento que menos se lo esperan, me voy a buscar a mi mamá. Como me había dicho que la esperara en la casa me dirigí derecha hacia allá haciendo una pequeña parada para revolcarme en un vertedero de basuras por el camino. La familia se asustó mucho cuando descubrió mi fuga. Cuando llegaron a la casa con el corazón en un puño me encontraron haciendo guardia, con los pelos del lomo de punta debido a una sustancia altamente pestilente. Me encerraron en una habitación con la esperanza de mantener neutralizado ese olor y cuando llegó mi mamita le tocó darme uno, dos, tres, hasta cuatro baños para poder regresarnos a Bogotá en el carro de ellos sin vomitar. De la pura desesperación acabé botándome del lugar donde estábamos, con la correa puesta al cuello, de modo que casi me ahorco yo solita. Aun así no me libré de la visita a la veterinaria al día siguiente para mi quinta jabonada y posterior acicalamiento.

Pero no hace falta salir al campo para perfumarse, Bogotá también ofrece suficientes oportunidades si uno las sabe buscar… A los dos días de regresar del campo invitamos a nuestro nuevo vecino a visitarnos. Tras una agradable cena española que prepara mi mamá le invita a acompañarnos en nuestro paseo nocturno por el césped de detrás de nuestro edificio. Cuando veo que mete el pie hasta el tobillo en la misma mierda superlativa en la que yo me revuelco constato que tenemos un gusto similar para las fragancias. En el ascensor de vuelta el aire está cargado de deliciosas partículas olorosas. Nuestro vecino, feliz con su nuevo perfume, regresa a su domicilio mientras que yo visito por primera vez el piso de arriba de nuestra casa porque es allí donde se encuentra la temible ducha: por segunda vez en esa semana, y a altas horas de la noche, me somete a esa tortura, durante dos horas. Yo lloro y tiemblo de frío y de miedo pero mi mamá es inflexible y me restriega por todas las esquinas con mi champú de árbol de té para pieles sensibles. A continuación extrae un pequeño aparato que expulsa aire y hace un ruido infernal y me persigue con él por toda la casa hasta que me intercepta en el sofá y no me suelta hasta pasadas otras dos horas, cuando el aire ha secado, por fin, mi cuerpo peludo, y las dos estamos muertas de sueño porque son las 2 de la mañana.


La cuidad también ofrece esencias incluso para regalos inesperados: cuando mi mamá regresó de Brasil, y tras pasar trece días separadas, me emocioné tanto al verla que, para mostrarle lo que la había extrañado, lo primero que hice al salir de la casa brincando de alegría fue revolcarme en otra mierda como bienvenida.

Es por esa afición a perfumarme mía que casi siempre me ven con una pañoleta rosada al cuello. Me la ponen en la veterinaria cuando me bañan y me dejan el pelo suave y esponjoso y olor a peluquería. Las pañoletas me duran como mucho unos 5 días porque se ensucian, se rompen, me las dejo enganchadas en los árboles cuando vamos al bosque, o me las tiene que cortar mi mamá con su cuchillo jamorero porque me he vuelto a revolcar y si se entretiene en quitarme el nudo le dan arcadas. Así que, como ven, me baño mucho… ¡Demasiado! Como a mí ese olor no me gusta en cuanto veo la ocasión intento echarme de nuevo Chanel nº 5, lo que pasa es que mi mamá cada vez está más atenta y cuando me ve doblar la patita grita “¡¡¡No!!!” tan duro que sobresalta a la gente a su alrededor. Sus congéneres la mira bastante sorprendida, porque ellos sólo ven a una dulce perrita olfateando el pasto, pero supongo que si tuvieran una colección de pañoletas rosadas caídas en batalla como la nuestra y hubieran superado las mismas pruebas a la paciencia, a los nervios, a la espalda, y a la pituitaria que mi mamá, entenderían…


Ahora, desde que hemos llegado a Europa, le he dado una pequeña tregua… En Barcelona las fragancias tienen un toque marino: algas putrefactas y algún pescadito. En el parque me revuelco y me revuelco, pero apenas alcanzo a encontrar alguna lombriz o ranita seca y, con algo de suerte, algún ratoncillo, pero ni siquiera medio descompuesto. Pese a que estos olores son como agua de colonia para lo que estamos acostumbradas, acá también me ha tocado bañarme y, ni más ni menos, que con champú con aroma de coco… Vaya broma del destino, cruzar el charco para acabar oliendo como las palmeras de mi tierra natal! 

martes, 14 de mayo de 2013

Esa chica con bigote...

Por mi mami he sabido que, en los últimos días, y debido a mi insistencia en cierta conducta agresiva que está empezando a desesperarla seriamente, se hacen hipótesis por medio mundo con objeto de crear un patrón y predecir a quien voy a ladrar, perseguir desaforada y, como colofón, intentar morder los tobillos... 

Para desvelar a las masas este gran misterio les confieso que, a grandes rasgos, sigo los lineamientos establecidos por dos de los hijos predilectos de las dos culturas que mamé debido a los orígenes españoles y árabes de mi "lideresa" de la manada: el General Francisco Franco y Osama bin Laden.



Vean, sin ir más lejos, quien tenía la calidad de persona non grata en el régimen de mi apreciado General, lo que se recogía magistralmente en la Ley de Vagos y Maleantes del año 1933:

Art. 6.2: « A los rufianes y proxenetas, a los mendigos profesionales y a los que vivan de la mendicidad ajena, exploten menores de edad, enfermos o lisiados, se les aplicarán (...) las medidas siguientes:
a) Internado en un establecimiento de trabajo o colonia agrícola.
b) Prohibición de residir en determinado lugar o territorio y obligación de declarar su domicilio.
c) Sumisión a la vigilancia de los delegados.

A lo que yo añado: 

d) Ladridos y persecuciones feroces cuando entren en el radio de mi hocico»

Conste que no aplico la reforma de 1945 que, incluía a los homosexuales. Mi especial cariño por este colectivo, del que provienen muchos de mis grandes amig@s y los de mi mamá tiene su raigambre en la permisividad propia de gran parte del mundo árabe, mi otro ámbito de influencia.  De esta cultura, sin embargo, he tomado mi animadversión por los ladrones –los reconozco porque suelen llevar encima los dispositivos musicales que acaban de robar y huyen siempre corriendo o sobre artefactos rodantes, como bicicletas o patinetas-. Como integrante de honor de la Comisión para la promoción de la virtud y la prevención del vicio de varios países, persigo igualmente a borrachos y personas bajo los efectos de cualquier tipo de sustancia, que puedo oler a kilómetros, ya que, como uds. saben, ello contraviene frontalmente los mandatos de la ley islámica.…  Debido, sin embargo, a mis orígenes tropicales, mi elevado nivel de hormonas femeninas s y a mi incomparable sex-appeal en el parque -que atraigo sin remisión hasta a los perros castrados-, tolero bien a los adúlteros, consumidores de pornografía y hasta a los que besan mal, pero sin embargo no tolero ni a los negros altos con pelos de punta y gafas de sol, ni a los paquistaníes que venden cerveza en la playa incitando al crimen.  

Algún día con mis ladridos llamaré la atención sobre un delincuente bien importante, del nivel de Jack el Destripador o Milosevic… En ese momento dejaré de ser una incomprendida y no seré amonestada más; mi olfato y mi intuición serán asegurados por millones de dólares y pasaré a trabajar con uniforme y galones para las fuerzas del orden. Al igual que los «Precogns» en la película de Minority Report -que mi mami pone a sus estudiantes-, anticiparé el delito por el olfato y ayudaré a salvar millones de vidas, solo que yo, en lugar de nadar en una piscina, patrullaré por las calles de las ciudades más calientes del planeta,con mi mamá de la correa al lado, y los servicios de inteligencia detrás, para dar caza a los más temidos delincuentes del mundo. 





PD: Si quieren saber quien me puso este bigote y está detrás de los montajes de fotografías denle un gran lametazo a la artista Anabel Rincón :D

lunes, 6 de mayo de 2013

Rueda de prensa con YF, con motivo del ingreso hospitalario de Linda Guacharaca

La atención que la hospitalización de la ex-artista de farándula Linda Guacharaca recibió por parte de millones de fans en todo el mundo hace que nos encontremos en los salones del Hotel Marriot de Bogotá en multitudinaria rueda de prensa con reporteros acreditados -nacionales e internacionales-, para entrevistar a su rescatista y adoptante, YF, a fin de conocer la última hora acerca del estado de salud y los planes inmediatos de la famosa y mediática perrita: 


Sara Moyano, diario El Tiempo: ¿Dónde y cómo se encuentra Linda a día de hoy?

YF: Linda estuvo en la clínica de su veterinario donde recibió de nuevo puntos de sutura en todas sus heridas (patas y costado) y un nuevo tratamiento antibiótico. Posteriormente fue trasladada al domicilio del mismo donde, bajo estricta vigilancia médica, se encuentra recuperándose con normalidad. Ella está feliz y se encuentra excelentemente atendida. Todos la quieren mucho en la casa, disfruta de su menú hospitalario, ya que recibe sus alimentos favoritos mezclados con su concentrado a diario, y tiene una enfermera personal que la cuida y la consiente las 24 hrs. del día (en la foto).

John Jairo Correa, diario El Espectador: ¿Cuál se presume que fue el motivo de su malestar durante los últimos días?

YF: Su veterinario dice que la inmovilidad, la falta de fuerza en las patas y el bajo ánimo se deben a la manipulación en la cadera al hacerle la radiografía, dado que se trata de una zona altamente sensible, como se comprobó a posteriori, de manera que la misma le causó mucho dolor. Las heridas de la cirugía apenas podrían haber influido dado que la recuperación en los casos normales es muy rápida.

Alfredo Vargas, diario El Colombiano: ¿Cómo la recibió cuando fue a visitarla?

YF: Cuando me vio Linda saltó por encima de un butacón que se interponía entre ella  y la puerta con collar isabelino puesto y todo. Estuvo feliz y consentida durante el tiempo de la visita, salimos a almorzar y a pasear y corrió como si no hubiera un mañana en el parque con otros perritos y cogiendo palos, hasta el punto de que se le soltó uno de los puntos de la patica.  

Alba Gómez, diario El País: ¿Cuándo volverá a casa?

YF: Debido a que tenemos la esperanza de poder viajar juntas a España, su veterinario prefiere monitorizar todo el proceso de recuperación personalmente y asegurar de ese modo que se encuentre en condiciones llegado el caso. Por este motivo estimamos que Linda estará hasta el miércoles con la encantadora familia y regresará a casa a tiempo para la fiesta que tengo preparada en la casa por múltiples motivos –bienvenida a Colombia, despedida temporal por el viaje a España, llegada de Linda a mi vida, tres meses de adopción, etc.- y a la que asistirán muchos amigos de las dos.

Eduardo Restrepo: Revista “Vida Estética”: Ud. reveló que Linda sufrió dos cirugías con objeto de mejorar la calidad de vida de ambas, ¿cómo valora, una vez pasado el susto inicial, los resultados?

YF: En lo que atañe a los espolones, en un primer momento no me gustó el resultado, ya que las patitas habían perdido parte de su personalidad y se veían muy delgadas. Una vez acostumbrada a su nueva imagen encuentro que se ve más estilizada, ya que parece que anduviera con tacones puestos, y se aprecian de manera todavía más clara mis genes: las piernas de Linda son largas, extraordinariamente delgadas y poco desarrolladas en comparación con el resto de cuerpo, exactamente igual que las mías.

En cuanto a la esterilización estoy contenta porque, al menos por el momento, no noto variación alguna en su carácter, como escuché que puede ocurrir en ocasiones; ni de peso. La genética se aprecia ahí de nuevo claramente. Como yo, Linda tiene un metabolismo “incompetente”, de manera que necesita mucha comida para hacer funcionar su organismo y, por mucho que coma, no engorda. Como tenemos una vida activa, ambas comemos más de lo estrictamente recomendado y/o lo que es habitual en perritas de su tamaño y personas del mío.

Por otra parte, me doy cuenta de que Linda tiende a botar mucho pelo en situaciones estresantes, como fue mi viaje de varios días a Brasil o, ahora, las cirugías: eso -junto con el color claro-, lo tiene claramente del papá, que es mi amigo Steven, co-rescatista de Linda aquél día en la gasolinera de los Llanos.  

Susan Brank, BBC News: Linda puede convertirse en los próximos días en la primera perrita de la calle llanera que va a conocer Europa: ¿cómo se siente ella? ¿Cómo van los trámites?

YF: Linda se encuentra desde hace varias semanas en un proceso de habituación tanto a su guacal, donde viajará en el avión, como a las costumbres españolas: como pueden ver en las fotos, ya ha probado la paella y se está acostumbrando a usar peineta. En cuanto al acento no creo que ello presente complicaciones, ya que me escucha a mí decirle ven “aquí” en lugar de ven “acá” todo el tiempo.


Por lo que respecta a sus papeles, estamos haciendo todo lo posible para que Linda viaje y contamos un una excelente red de apoyo con este fin, lo cual nos pone muy contentas y hace que nos sintamos muy animadas y optimistas, si bien somos conscientes de los problemas que pueden presentarse. Los detalles del operativo se revelarán, sin embargo, una vez que éste haya concluido con éxito, con el fin de no ponerlo en riesgo ni de crear falsas expectativas en nuestros lectores.

Desde Bogotá aprovechamos para hacer un llamado a todos uds. para que crucen los dedos, nos deseen mucha suerte y nos envíen mucha buena energía durante los próximos días en los que se decidirá nuestro futuro de los tres próximos meses. ¡Muchas gracias y feliz semana! 

sábado, 4 de mayo de 2013

La cadera como expresión de arte abstracto


Si la radiografía de mi cadera fuera en colores sería considerada una obra de arte y valdría millones, como los cuadros de Picasso. 

Al parecer, junto la multiplicación de los panes y los peces, la separación de las aguas del Mar Rojo para que los judíos llegaran a Egipto, y que mi mamá terminara su tesis doctoral, según criterio médico, que yo me ponga en pie, camine –e incluso corra-, viene a ser como cuando se levantó Lázaro, uno de los grandes milagros de la historia de la humanidad.

Seguramente el hecho de que cada hueso acabara para un lado tras el accidente, con la cabeza del fémur suelta por ahí, creando las osadas formas que pueden apreciar, explique que haya días que, sin motivo aparente, me levante cojeando y con una pata la mitad de larga que la otra –y la mitad de larga de lo que era el día anterior-, igual que el inspector Gadget.

Mi “tumbao” tiene asimismo ligeras variaciones dependiendo del momento del día, la intensidad de la luz y el grado de humedad atmosférica. En cualquier caso tiene sus ventajas ya que no es lo mismo preguntar: "Señora, ha visto pasar por acá una perrita?" a preguntar: "Señora, ha visto pasar por acá una perrita coja?". Además, si me moviera como los demás no sería una perrita famosa, no me conocerían todos los bachilleres de los Cerros Orientales de Bogotá, las cabezas no se girarían a mi paso para apreciar mi “caminao”, y mi mamá no se reiría tanto -aunque entonces tampoco estaría preocupada por mi movilidad a veces-.

Una vez que ya sabemos, con pruebas fehacientes, que lo de mi cadera no tiene remedio en el plano médico, esperemos que se me pase pronto el trauma que me produjeron al sacarme la radiografía y recobre por completo mi movilidad, y que a mi mamita se le vaya borrando de la memoria este cuadro que les presento para que siga disfrutando al verme correr y escalar igual que antes, cuando vivíamos en la ignorancia. 

martes, 30 de abril de 2013

La máquina del tiempo


Mi mamá es una de las pocas privilegiadas que -junto con Michael J. Fox- ha viajado en la máquina del tiempo 14 años adelante, y ha podido ver a su perro cuando sea viejito, es decir, caminando muy despacio un par de pasos por detrás suyo; sin apenas reacción a los estímulos; incapaz de subirse al sofá, de bajar las escaleras, o de hacer sus necesidades, porque las patas no le aguantan; con los párpados caídos y enrojecidos, los ojos turbios, y esa mirada de apacible resignación que tienen casi siempre los abuelitos.

Así es que regresé a mi casa de mi primera (y espero que última) cirugía.

En estos días ando todo el tiempo tumbada con las orejas gachas y cara de lástima. Sólo me saca del ostracismo la llegada de mi mami, sus caricias, y un buen trozo de jamón –y ni siquiera siempre-. Ella sabe que yo me siento bien cuando está cerca y por eso se queda casi todo el tiempo en la casa, vuelve corriendo del trabajo, anula compromisos e invita a sus amigos -Helen, Steven, Javier, Jorge...-, que me quieren mucho, a venir para que me consientan y yo tenga estímulos nuevos y me anime un poquito. Como, estando tan dolorida, no puede cargarme y subirme a la cama -que es lo que yo quisiera-, estas noches se ha bajado con sus cobijas a dormir conmigo al sofá, que es al único lugar donde logro subirme con su ayuda. Apenas descansamos porque yo estoy muy inquieta, dando vueltas, metiéndole la pata en el ojo, y golpeándole la cara con mi collar isabelino –al que además añadió una extensión con el envoltorio de una torta de limón que nos regaló Helen, no sea que alcance de alguna manera a introducir mis patitas operadas dentro del embudo-.

Durante el día se la pasa conmigo en el piso acariciándome y escribiendo lo que yo le dicto, lo que me lleva a confirmar una vez más la ya mencionada tesis de A. Lavoisier acerca de la transformación de la materia: mis dolores van cediendo de manera inversamente proporcional a lo que aumentan los suyos en la espalda. De esta manera puedo estar la mayor parte del tiempo sin oler a limón, puesto que ella actúa como collar isabelino articulado, es decir, me distrae y devuelve suavemente la cabeza a su lugar cuando voy a lamerme las heridas.

Aunque estar así de dolorida no es tan chévere estoy tranquila: no estoy en el duro y frío suelo de mi gasolinera natal y sin poder moverme ni probar bocado durante meses, sino que estoy en mi hogar caliente con una mamá que me mira a los ojos y me habla, me consiente y me alienta todo el tiempo y que me prepara pasta con atún, carne y jamón y además me lo lleva a la cama donde yo la espero moviendo la cola.

Hoy me he puesto en pie durante unos segundos por primera vez, y no ha sido para ir comer, ni beber, ni salir a la calle, sino para acercarme a saltitos a mi mamá, lamerle la mano y decirle lo que aprecio todo lo que está haciendo por mí. 

domingo, 28 de abril de 2013

Shake it, baby!


Uds. se preguntarán cómo de no pararme del piso acabé en un álbum de fotos con alforjas de excursionista... Mis avances en movilidad se pueden resumir en los siguientes hitos:

Una vez que mi mamita logró que me pusiera en pie con mi plato de comida delante, aprovechaba esa inercia y, antes de que yo me dejara caer de nuevo, me ponía la correa y me llevaba a dar un pequeño paseo -que cada vez se fue haciendo más largo-, por la ciudad. 

La primera vez que caminé libre habían pasado dos semanas. Mi mamá me llevó a un parque grande y en el centro del mismo me consintió mucho y me soltó la correa. Yo correteé torpemente con la lengua arrastrando por el piso en círculos alrededor suyo y acudía tambaleante cuando me llamaba. Fue muy emocionante. La gente que observaba la escena nunca supo lo especial que fue aquel momento para las dos: el vínculo físico había dado paso en ese tiempo a una (todavía) frágil unión basada en el afecto, un afecto incipiente.   

A la vista del éxito, y como ya caminaba erguida, al poco tiempo mi mamá quiso llevarme al campo, a que conociera el aire puro, y fuimos con Steven a Guatavita. Era la primera vez que sentía la hierba cosquilleándome en la barriga, la tierra húmeda bajo mis patas y el viento en mi hocico. Disfruté muchísimo y me mantuve en todo momento cerca de ellos sin perderlos de vista... Hasta que apareció una mula con su arriero en mi campo de visión y huí corriendo despavorida colina abajo… No regresé hasta que mi mamá me llamó a gritos, haciendo bocina con las manos, subida en unas piedras lejos de la trayectoria de ese animal tan grande.

Para cada nuevo paso mi mamá buscaba las condiciones para estar tranquilas. Comenzamos a subir a los Cerros Orientales una vez por semana, al principio solas -de manera que podamos parar o devolvernos cuando quisiéramos-, y ahora subimos con amigos o en grupo y ya tengo muchos amigos entre perritos y bachilleres de policía. También aprendí a trotar al lado de la bici. Al principio me cruzaba por delante y ladraba a todas las ciclas que pasaban, pero después de un par de frenazos y varios moratones logramos acoplarnos bastante bien.

También aprendí a subir escaleras, que me daban pánico, y a montar en taxi. Para llevarme a hacer esas extravagancias utiliza una mezcla de ternura y firmeza –y en casos extremos galletitas- infalible, ya que yo confío plenamente en  mi mamita y quiero hacer lo que ella hace, lo que me lleva a superar mis límites constantemente. Ante las situaciones alarmantes ella sigue adelante animándome y reconfortándome con su voz y yo siempre acabo dando un paso más, pegada a ella, con las orejas gachas y el rabo entre las piernas, pero lo doy. Ella a veces me toca la cabeza y otras me agarra y me conduce directa hacia la amenaza y se mantiene allí hasta que me tranquilizo, al menos un poco. Ahora soy capaz de pasar al lado de vacas y caballos tan campante, de investigar entre la maleza y salir sola cuando me enredo, de saltar muros, de escalar, y hasta de cruzar puentes colgantes con las tablas separadas de manera que se ve el agua corriendo debajo.

Ella ha tenido con este tema un conflicto muy grande porque no sabía si lo que estaba haciendo conmigo estaba bien: mis médicos le decían que yo debía llevar una vida tranquila y sedentaria, mirándola como una madre desnaturalizada e irresponsable cuando les contaba que estaba teniendo tanta actividad. Y había indicios de que eso era cierto, ya que a la vuelta de muchas de estas salidas cojeaba varios días, no quería salir de la casa, me la pasaba durmiendo y estaba muy cansada. 

De todas formas ella es una cabezota ya que, pese al encogimiento de corazón y las dudas que sentía en esos momentos -y, en realidad, cada vez que me veía caminar-, siempre me llevó a dar un paseo, aunque fuera corto, para que me moviera, siguiendo su intuición de que me hacía bien, y de que dentro de mí, por ahí escondida, tenía que haber una fuerza y alegría de vivir que iban a acabar brillando sobre todo lo demás.

Hoy mi mamá se ríe a carcajadas cuando me ve trotando con cada pata para un lado, y se refiere a mí como "la inválida” departiendo con las comadres en el parque mientras observa, encantada y orgullosa, cómo doy caza a algún palo con saltos más propios de un conejo que de un canino. Cuando juego desaforada con otros perritos mi cadera parece desprenderse de mi cuerpo. Ella no se explica como es anatómicamente posible pero el caso es que yo disfruto corriendo con mi estilo particular y no intenta impedírmelo.Cada semana me veo mejor, me dice la gente en las calles, me ha cambiado hasta el semblante. Allá por donde vamos comentan que me veo feliz. Y es verdad... Cuando corto el aire con mi hocico o rastreo la hierba; cuando corro al lado de mis amigos en pos de una pelota y luego, en la casa, subo la escalera a saltitos para a continuación dar un gran brinco hasta la cama, donde mi mami me abraza y me acaricia la barriga... ¡Me siento en el paraíso! 

martes, 12 de marzo de 2013

La gran "Linda Houdini"


Dedicado a los estudiantes de mi mamá

Pasadas más de seis semanas desde que llegué a Bogotá, las heridas de mis patitas están, por fin, cerradas (en total el proceso se ha demorado más de tres meses) y mi mamá decide que ya es hora de recuperar, poco a poco, el ritmo de sus actividades dejándome un par de días a la semana con un paseador. 

No es la primera vez que lo veo, porque ya antes habíamos ido a conocer con él una de sus rutas, e incluso habíamos ido unas cuantas veces a su casa, ya que mi mamá quería asegurarse que yo lo conocía y me quedaba tranquila con él, y que me iba a tratar bien.

Hoy, en mi primer día de paseo, bien tempranito me bajó por primera vez a la calle a que él me recogiera igual que las otras mamás bajan a sus hijos a que los recoja la ruta escolar. Como ruido de fondo mientras olisqueo la hierba y saludo a mis otros compañeros de salida, escucho como mi mamá nos desea un feliz día y, entregándole la correa le advierte: “no te confíes, Orlando, después de haberla visto el otro día en la montaña… La perrita es obediente cuando está conmigo, e incluso a veces conmigo se vuelve sorda, de manera que te pido que, al menos de momento, no la sueltes. Y mucho ojo si os cruzáis con una patineta, agárrala fuerte porque se lanza y te puedes meter en un problema”. Orlando, que es el que trata con perros todos los días y ya me ha visto que soy dócil, y que ni siquiera me muevo con soltura, asiente con cierta sonrisa condescendiente pensando que mi mamá es un poquito histérica y superprotectora, como todas las mamás, y ella se vuelve a la casa sin prestarme mucha atención, para hacerme la separación fácil, quedándose con el corazoncito un poquito encogido, como supongo que se sienten todas las mamás la primera vez que dejan a sus hijos al cuidado de un desconocido y estos dan sus primeros pasos hacia la independencia, y procurando centrarse en saborear la tranquilidad que no tuvo en las primeras seis semanas de médicos, drogas, cadáveres apestosos, y collar isabelino. 

Apenas una hora y pico después, cuando mi mami se encuentra en la Universidad preparando su clase, Orlando le timbra al celular:

“¿Qué tal? ¿Cómo has estado?" "Bien, ¿y tu?" "Bien, bien, gracias” Y, a continuación: “Se ha volado la perrita". Ni más ni menos que en el Parque Nacional -especifica- que es el más grande de Bogotá: una superficie verde de muchas hectáreas comunicada con el bosque, salpicada de instalaciones deportivas, fincas y hasta museos y puestos de comida que se encuentra seccionada por varias carreteras, dos de ellas autopistas. Ni en las más dramáticas circunstancias el colombiano pierde su sentido de la educación. 

A mi mamá se le forma el nudo en la garganta precedente al llanto y siente una mezcla de estupefacción, enfado y lástima por el pobre señor, que se encuentra profundamente avergonzado y no sabe dónde meterse. Nadando en ese magma de emociones mantiene, sin embargo, la cabeza fría y se informa acerca de tiempo transcurrido, lugar de la desaparición (que sin embargo, no identifica ya que ella no es de acá) y si alguien ha visto para dónde he ido. A continuación agarra su bolso, dejar encargado a su jefe de dar la clase que tiene en menos de media hora –sobre secuestro y desaparición forzada, precisamente-, y sale corriendo a buscarme. 

Con el corazón acelerado y las lágrimas asomándole a los ojos llega al punto donde ella piensa que he desaparecido para hacer el recorrido –uno de los muchos- que he podido hacer yo hacia la casa. Piensa en lo paradójico que es que justo en esos días fueran a entregarle mi chapa con mis datos de identificación y llama a todas las personas que conoce en la Perseverancia para advertirles de que estén atentos por si me ven. Camina rápido, mirando a todas partes, intentando mantener la calma y visualizando mentalmente nuestro reencuentro en cada esquina. Ella confía en mi inteligencia y en mi nariz y sabe que si llego a un lugar conocido puedo encontrar la casa -hoy, mañana, en dos días-, porque hemos paseado muchísimo juntas –cómo se alegra ahora de haberme sacado a pasear por todas partes y haber desoído las recomendaciones-, aunque la verdad es que nunca antes habíamos llegado al lugar donde me perdí. Derrama un par de lágrimas cuando piensa en lo grande que es Bogotá y en la cantidad de carros y ladrones de perros que se encuentran en sus calles en esos momentos para, a continuación, volver a visualizarme saltándole encima.

Pregunta a cuanto policía, kioskero, vigilante y persona con perro con que se cruza y a todos les da mi descripción, mi nombre, y su número de celular. Sólo una persona reporta haber visto “una perrita con una pañoleta rosada, cojita, bajando hacia la 7ª”. Soy yo, sin duda. Aunque se trata de la calle más transitada por carros y por personas y con más ruido y actividad del centro de la cuidad mi mamá hace por verle la parte positiva y se concentra en imaginarme sana y salva por la acera, camino del Parque de la Independencia, donde vamos siempre. Una vez allí, sin embargo, sólo hay un gran vacío verde, ni rastro de la pañoleta rosada. Cuando, sobreponiéndose de su desencanto, comienza a visualizarme en otros lugares conocidos, suena el celular: son los porteros del edificio para comunicarle que la perrita ha llegado sola a la casa. Dos horas y media después.

No sé cómo hará el gran maestro escapista Houdini, pero esta es mi táctica infalible: primero hipnotizo a mis víctimas alimentándoles el sueño que tienen todos los humanos de sentir conexión con nosotros, como en las películas de la perra Lassie. Yo había estado paseando con el señor un ratito y jugando con mis compañeros, él me dio de comer y yo le recibí la comida muy querida, me acarició y yo estuve un ratito tumbada a sus pies y me estiré para que me rascara la barriga, le miré con mis ojitos seductores de no haber roto un plato en mi vida y el señor me soltó la correa. Luego nunca salgo corriendo inmediatamente, porque despertaría sospechas y me volverían a poner la correa, sino que espero a que estén confiados y tranquilos para hacer mutis por el foro. Yo anduve olisqueando el pasto un poquito más y paseando distraídamente por allá hasta que, por fin, me fui a buscar a mi mamá. Cuando Orlando me vio enfilar hacia la 5ª y cruzarla esquivando carros me llamó, y cuando más lo hacía, más rápido corría yo una vez que había puesto el plan de fuga en marcha. Lo mismo ocurrió con una vecina que me vio sola en las inmediaciones del edificio. Me llamó y yo salí corriendo en sentido contrario, no sea que me fuera a interceptar y alejar de mi objetivo. Cuando llegué a mi casa, con la señora jadeando detrás mío pisándome los talones, los porteros, que estaban advertidos, me recibieron muy aliviados y contentos e improvisaron una correa con cuerda para tender la ropa mientras llegaba mi mamá a buscarme. 

Al ver aparecer a mi mamá, sonriente, roja del esfuerzo por la carrera hasta el edificio salto sobre ella de la emoción, doy patadas al aire y muevo la cola frenética y, de paso, todo el cuerpo. Mis aullidos de felicidad hacen que varios vecinos salgan de sus casas para ver qué es ese escándalo y, desde sus puertas, sonríen enternecidos al ver a mi mami en mitad de la entrada riéndose a carcajadas intentando acariciar y abrazar a un perro al que parece haberle dado un ataque de epilepsia.

Epílogo :

Cuando llegamos a nuestro hogar me meto en el hueco de la escalera –lugar donde habitualmente sólo me escondo cuando mi mami aparece en mi campo de visión el desinfectante en la mano- y me quedo inmóvil, rendida, hasta el punto de que ella, preocupada, llega incluso a llamar al veterinario para ver si es posible que me haya envenenado con algo en la calle, ya que nunca antes me había visto tan extraña, y no son pocas las personas en Bogotá que emplean esos métodos para librarse de las cacas de perro.

Esa misma tarde vamos a exigir mi placa al cerrajero que había quedado en entregarla ya hace varios días. No la tiene y mi mamá le dice que la quiere para mañana a primera hora, sin falta, que si no puede se la encarga a otra persona, y además insiste en comprobar que anotó correctamente los números que tiene que grabar. Como respuesta obtiene, por segunda vez en el día, una mirada de cierta autocomplacencia indicándole que es una europea histérica e hiperprotectora. A la mañana siguiente nos entrega una obra de arte grabada a mano a golpe de cortauñas o similar, y con su número de teléfono mal escrito. Con los ojos como platos le dice al señor que qué carajos es eso y él le explica que se le había roto la máquina de grabar. Mi mami casi nunca se enfada pero su cara en ese momento es un poema, de manera que el artista ni se atreve a pedirle la plata por sus servicios, y con razón, porque, en definitiva, me destrozó la chapita azul tan linda que me puso el veterinario por la vacuna de la rabia. Por mucho tiempo llevé una chapa de producción artesanal con el número corregido con las tijeras de las uñas, hasta que, con motivo de mi viaje a España mi veterinario me regaló una flamante chapa negra con forma de hueso en la que figura hasta mi número de microchip.  

domingo, 10 de marzo de 2013

Lo que no te mata te hace fuerte


Para una persona que tiene la cabeza como los típicos profesores medio chiflados de las películas –solo que no tiene el pelo blanco ni barba ni gafas redondas-, y que no hay día que salga de la casa que no tenga que devolverse porque se le olvidó algo, encontrarse con alguien como yo a su cargo constituye una auténtica prueba de superación personal.  

El poco espacio destinado a las cosas prácticas se vio completamente anulado cuando entré en escena: los porteros le avisan constantemente de que se ha dejado las llaves colgando de la cerradura. Cuando viene a sacarme y a darme de comer en su pausa de mediodía se las deja dentro de la casa de manera que, con sus tacones y todo, le toca subir por una escalera de mano desvencijada de dos metros de alto que tienen los porteros para entrar por la ventana y meterse de cabeza en el apartamento, mientras sus estudiantes la esperan en el aula sin siquiera sospechar en qué anda. Las primeras veces yo lloriqueaba desde abajo preocupada de verla subir tan alto y no poder acompañarla; últimamente espero a que salte y me abra la puerta de la casa meneando la cola, y ella sube incluso con una mano hablando por el celular. Además de olvidarse las llaves ya perdió tres copias, de manera que tuvimos visita del cerrajero para cambiar la cerradura, ya que llegó un momento en que no podíamos entrar más por la puerta. 

El celular también le resulta bastante escurridizo hasta el punto de que está intentando entrenarme para encontrarlo. De momento tiene que llamar de cuando en cuando a la portería para pedir, bastante avergonzada, que le timbren a ver si, por el sonido, es capaz de localizarlo en los dos pisos de nuestra casa. Generalmente aparece, salvo un día que pasó la noche entera en la tienda. 

Con este trajín, los señores porteros la aman y la temen por igual, porque nunca saben si les va a saludar muy amable y ya, o si a continuación les va a pedir que le suban, por favor, la escalera. Ella, que es consciente de que esos señores tienen la paciencia de santos y que con certeza no han visto nada igual en su vida, los consiente mucho y les muestra su agradecimiento regalándoles chocolates, galleticas y sonrisas.  

También perdió el monedero en Agrocampo (que es un centro comercial gigante en Bogotá para nosotros). El fin de semana el lugar es un hervidero de mascotas y personas. Todo el mundo repara en que soy adoptada y que estoy muy flaca, de modo que somos el centro de atención en un lugar donde solo hay perros de raza bien alimentados. Yo, en mi tónica, doy unos pasos y me boto al piso; la gente se bota igualmente al piso para consentirme, de manera que interrumpimos el paso y se amontona más gente a nuestro alrededor: todos quieren conocer mi historia, abordan a mi mamá mientras ella carga mi cama nueva y no sé cuantos productos más en los brazos, le preguntan varias personas a la vez y todos le transmiten sus bendiciones; y ella, aunque agradece las atenciones, llega a estar abrumada por la situación… Se siente como la jefa de prensa de Paris Hilton, y abandona su dinero y sus tarjetas a su suerte en uno de los puntos para clientes –el de la factura, el de la entrega del producto, o el de pago- diseminados por toda la tienda para que, desplazándote de uno a otro a punto de matarte esquivando correas, descubras que necesitas un pollo de plástico que pita o un tutú de bailarina para tu perro. Por suerte apareció más tarde, sin el dinero, justo cuando acabábamos de llegar a la casa, en el otro extremo de la ciudad, y tuvimos que volver a recogerlo... Un par de días después, sin embargo, el monedero, que la acompañó por medio mundo, nos dejó, esta vez para siempre (sospechamos que en un taxi), justo el día que habíamos botado mi segunda correa en algún lugar de Bogotá.

Lo que más pánico le produce a mi mamá es la idea de perder la cédula de extranjería colombiana, que le costó varias mañanas de espera interminable en unas oficinas del norte de la cuidad (y eso que es la temporal, la definitiva tenía que haber ido a recogerla hace ya más de tres meses). Por eso motivo ella se desplaza siempre indocumentada lo cual, en un país como Colombia, es como salir a la calle sin ropa, dado que cualquier gestión que uno quiera realizar requiere de identificación personal. Por este motivo, y porque también se le olvida el dinero, la tarjeta o el recibo –o directamente se le pasa la fecha de pago-, hemos estado a punto de que nos corten el gas, la luz y el agua, dado que todavía no ha logrado cancelar ninguna de las facturas a tiempo.

Como ven vivo en condiciones extremas, y a veces tengo incluso que acudir en su ayuda: el otro día nos dirigimos a la central de Bancolombia sobre la 7ª dispuestas a sacar ni más ni menos que 3.000.000 de pesos (aproximadamente 1.200 euros) para pagar el arriendo y algunos de mis tratamientos. Con todo sigilo –los perritos no podemos entrar- me amarra a una barandilla dentro del local y se pone en la fila preferente. La cajera le dice que no puede darle la plata sin documentación, no cabe hacer ninguna excepción, lo tienen estrictamente prohibido. Mi mamá, que no tiene tiempo de regresar a la casa antes de irse a la Universidad -y que no puede dejar un día más sin pagar porque ya está en mora-, insiste en que le hagan todas las preguntas de seguridad y finalmente solicita hablar, por favor, con la directora de sucursal. En el momento en que se acerca y mi mamá procede a explicarle la situación yo, que siempre me quedo callada y juiciosa en el lugar que me deja, decido ayudarla y me pongo a aullar bien alto para que vean que se trata de una auténtica emergencia. La frenética actividad del banco se detiene por unos instantes debido a ese sonido tan desgarrado y poco habitual que proviene del interior de las instalaciones. Veo a mi mamá ponerse roja como un tomate y en ese momento la directora me mira alucinada, luego sonriente, y le deja sacar el dinero y venir a reunirse conmigo una vez hechas todas las gestiones. Moraleja: quien no llora no mama…

Pese a esto que les cuento se está ocupando muy bien de mí, aunque ella ha tenido alguna crisis pensando que no es la persona apropiada para tener a alguien a su cuidado, y menos a una perrita enferma. La noche que me puso mi primera pipeta antipulgas –disque altamente toxica- lloraba desconsoladamente cuando se dio cuenta de que el veterinario le había dado una dosis para perros de entre 20 y 40 kg (yo apenas pesaba 15 entonces), y lloró aún más al ver que la mitad del contenido se había quedado en mi collar que se había olvidado de quitarme y que yo podía haber alcanzado a lamerme, envenenándome. La verdad es que tuvimos suerte porque de ese modo me echó finalmente la dosis exacta.

Nunca olvida darme una pastilla (que he tomado durante 6 semanas seguidas), ni comprar mis medicamentos, ni se la ha pasado una fecha de vacunación, aunque a cambio casi tengo que escalar para entrar en la casa por la ventana. Muy probablemente sea una de las perritas que más sale a pasear del sector. En este tiempo, sólo se olvidó una noche de sacarme a la calle y aguanté como una jabata 14 horas sin orinarme. Para comer mis horarios son más bien relajados y siempre tengo algo rico porque está casi más pendiente de mis comidas que de las suyas, de manera que habitualmente acabamos compartiendo mi jamón, mis mogollas y mi carnecita porque ella no tiene nada en la nevera. Con el concentrado, sin embargo, todavía no se ha atrevido, yo creo que es porque resulta demasiado duro para sus dientecitos... 

domingo, 3 de marzo de 2013

¿Qué tiene Linda? Marque con una X la opción correcta


De todos es sabido que la Ciencia médica, igual que otras muchas, no es una ciencia exacta.

Partiendo de ese presupuesto, sin embargo, o yo soy un caso clínico que merece pasar a los anales de la historia como uno de los más discutidos desde que se fundó la rama veterinaria, o estoy tardando más tiempo en recuperarme a la vez que mi mamá está sufriendo muchos más quebraderos de cabeza, preocupaciones y sobresaltos -y está derramando muchas más lágrimas y gastando mucho más dinero del necesario- debido a cierta incompetencia o –incluso algunos amigos y/o compañeros colombianos insinúan- mala fe para sacarle la “platica” porque sus “zetas” revelan que no es de por acá.

1. La cojera

- Veterinario 1: Nada que hacer, los huesos se soldaron así. Prescribe vida muy tranquila.
- Veterinario 2: Nada que hacer, puede hacer vida normal (la vida normal son paseos de 20 minutos máximo).
- Veterinario 3: Luxación en la pierna, toca operar y quitar la cabeza del fémur. El pronóstico de movilidad si la operación sale bien es bastante bueno, si bien esa pierna nunca se recuperará por completo.
Veterinario 4: O bien la fractura de la espalda presiona la médula y por eso tiene la pata colgando (la evolución, si sigue presionando, es parálisis); o bien tiene displasia de cadera. Algunos sacrifican al animal en este caso, sobre todo cuando es viejo. Acá me proponen tratamiento con pastillas para el dolor en fase 1 y 2 y operación en fase 3 y 4, que es irreversible.

2. El edema (bolsa de piel rellena de líquido que le cuelga entre la barriga y la pata trasera)

Veterinario 1: No vale la pena drenarlo porque se vuelve a formar, hay que operar y sacar la bolsa entera.
Veterinario 2: Hay que drenar. Cuando se vuelve a llenar la bolsa dice que hay que volver a drenar. 
Veterinario 3: En el accidente se le perforó el estómago y el líquido proviene de ahí. Hay que operar y coser el agujero.
Veterinario 4: Si hubiera perforación del estómago estaría muerta o en muy mal estado. Lo que hay es: a) imposibilidad de procesar proteínas -lo que explicaría también la delgadez-; b) problema del hígado, c) tumor o d) una afección cardíaca. Hay que hacer un sinfín de pruebas para saberlo. El diagnóstico es, en cualquier caso, grave, incluso de morir pronto. Si no se muere no puede correr ni esforzarse en lo absoluto.

En este momento mi mamá acaba llorando en la consulta mirándome a los ojos sin poder creer lo que está escuchando. 


3. La piquiña en la piel

Veterinario 1: Alergia a las picadas de pulga. Inyecta antihistamínico.
Veterinario 2: Piel muy seca. Inyecta cortisona.
Veterinario 3: Se trata de un mero reflejo por haberse rascado toda la vida. Hay que evitar que lo haga o se puede generar una dermatitis.
Veterinario 4: Se debe al proceso de cicatrización de las heridas. Va a inyectar antihistamínico pero mi mamá se niega en redondo.

4. Asuntos reproductivos

Veterinario 1: La perra está esterilizada porque tiene una cicatriz en el lugar donde se opera habitualmente. Acaba de pasar el celo, no puede quedar embarazada. 

A continuación me mete en un cuarto oscuro con su perro durante dos horas porque él y su hermana invitan a mi mamá a cenar en su casa.

Veterinario 2: La perra está en celo, mucho ojo con los perros 

Aaaarrrrrrggggg, mi mamá se tira de los pelos, ahora queda esperar a ver si además de madre la he convertido en abuela.

- Veterinario 3: No está en celo aunque lo estará pronto, porque tiene una secreción. En ningún caso está esterilizada, la operación se hace al otro lado del que tiene la cicatriz.
Veterinario 4: La secreción se debe a una infección vaginal. 

5. Los espolones (uñas no articuladas en las patas traseras que no tienen ninguna función)

Veterinarios 1 y 2: No se le pueden quitar, es muy mayor.
Veterinarios 3 y 4: Hay que quitárselos antes de que se los arranque, se trata de la lesión más habitual al enredarse con la maleza.

6. Dieta de recuperación

Veterinario 1: Comida de humanos 3 veces al día y pastillas de calcio que se consiguen en la farmacia. Dermapel para el pelo.
Veterinario 2: Concentrado para perros 3 veces al día. Nada de calcio para humanos por riesgo de sobredosis. No Dermapel sino Bellopel, que es mucho mejor.
Veterinario 3: Concentrado 2 veces al día de la marca más cara del mercado, que tiene todo incorporado.
Veterinario 4: Ya ni le pregunta.

7. Heridas de las patas

Veterinario 1 (1ª semana): Inyecta antibiótico y me venda la pata. Cuando cambie la venda aplicar crema Saniderm.
Veterinario 2 (2ª semana): Tienen que secarse al aire, desinfección con agua oxigenada y yodo, nada de cremas. Receta otro antibiótico distinto.
Veterinario 3 (3ª semana): Extrae el contenido de una bolsa de pus con una jeringa, es muy tajante en relación a no vendar bajo ningún concepto. Aplicar crema Saniderm. Receta antibiótico distinto.

Steven, que se queda a mi cuidado un par de días, me ve lamiéndome la pata, pese a llevar puesto el collar isabelino que ya habíamos cambiado dos veces por uno más grande y extendido otras tantas (alargo el hocico y meto la pata de conejo gigante que tengo dentro del embudo) y me pone una venda. Cuando me la quitan las heridas, ya cerradas, se han vuelto a infectar, de modo que tengo que continuar con el collar y el antibiótico al menos una semana más.

Veterinario 4: (semana actual): Hace una punción con una aguja en lugar de una jeringa y prescribe un desinfectante y una crema diferentes. Dice que recetaría otro antibiótico distinto pero que ya no vamos a cambiar el tratamiento y lo extiende ¡2 semanas más!

Cada vez que veo a mi mamá con gasas a estas alturas no sé donde esconderme. Aguanto cinco semanas dejándome hacer y ya en la sexta paso al extremo opuesto:  hasta el día de hoy, cuando agita cualquier objeto delante de mis ojos huyo y desaparezco en el armario o en el hueco de la escalera...

8. Vacunación

Veterinario 1: Una única dosis –pentavalente- en cualquier momento.
Veterinario 2: Vacuna y refuerzo a las 15 días. Mejor esperar a terminar el tratamiento antibiótico.
- Veterinario 3: Una única dosis. Bajo ningún concepto vacunar mientras dure el tratamiento con antibiótico.
Veterinario 4: No hay problema por vacunar con antibiótico. Una dosis y otra de refuerzo.

Cuando, ya de noche, salimos de la consulta del veterinario 4, mi mamá me deja en la casa no vaya a ser que sea cierto que debo hacer vida de abuela con menos de un año de edad; y se dirige, agotada y apesadumbrada, a la consulta del veterinario 2 con la esperanza de conseguir la comida recomendada por el veterinario 3. Llega pasada la hora de cierre y llama repetidamente a la puerta confiando en que abran, ya que dentro se oyen las voces de los últimos clientes. Efectivamente, lo consigue y en ese momento un perro enano y lanudo  -con un collar isabelino puesto- le muerde y le deja todos los dientes clavados en la pierna –lo que no deja de ser meritorio con el embudo puesto- mientras su dueña es incapaz de contenerlo... 

PD: Si has llegado hasta aquí es que:
1. Me has cogido tremendo afecto J
2. Te apasionan los animales y/o la medicina.
3. Tienes un serio problema de adicción a internet. En este último caso háztelo mirar y, sobre todo, consulta a diferentes especialistas...