domingo, 17 de febrero de 2013

Etimología del apellido "Guacharaca"


Mi mamá me llevó a casa confiando en las palabras del veterinario sin darse cuenta de la grave amenaza que se cernía sobre ella: la población de pulgas que habitaba en mi pelaje había quedado intacta tras el lavado con champú y se disponía a conquistar cada rincón de mi nuevo hogar.

Yo tocaba la guacharaca -que es "un instrumento musical de rascado utilizado mayormente en el vallenato (...)", como dice wikipedia- a todas horas –rasca-rasca-rasca-, como siempre, y el veterinario decía que era un reflejo adquirido en la calle (como morderse las uñas los humanos, más o menos)En un par de días ella, que además es alérgica a las picaduras de insectos, tiene el cuerpo lleno de ronchas y empieza a mostrar también ciertas aptitudes musicales, aunque ella no toca tan bien ni tan alto como yo porque no tiene tanta práctica y además sus uñas son muy finas… A cada rato habla nerviosa con el veterinario por un aparato pequeñito –“teléfono”- y él le da toda clase de indicaciones: que si aplíquese crema humectante, que si rocíe su cama con polvos de talco… 

La solución, sin embargo, lleva el nombre de laboratorio farmacéutico y reza: “Raid”. Compra el bote más grande que encuentra, me amarra fuera de la casa para, a continuación, entrar, y salir a los pocos minutos tosiendo y dejando una nube de veneno a sus espaldas. A continuación vagamos por la ciudad durante un par de horas mientras el producto hace efecto y se desvanece. Esta operación se repite varios días: la amarrada, las entradas cual aguerrido bombero entre vapores tóxicos, y los eternos paseos. Pero el concierto sigue irrefrenable y mi mamá se desespera en la lucha contra ese enemigo invisible que no la deja dormir, que le produce una rasquiña y una desazón terribles, se reproduce a velocidad vertiginosa y cuyos huevos, que son resistentes a los venenos, pueden esconderse en cualquier resquicio para eclosionar varios meses después dando lugar a una plaga imbatible –mira, justamente lo mismo que se dice del “terrorismo”...-.  

Un buen día, mientras toco la guacharaca en el sofá, la veo muy concentrada mirando a la caja luminosa que carga por toda la casa y solicitando presupuestos a empresas de control de plagas... Ella, que ni tiene un restaurante ni una red de metro, sino solamente una perrita llanera vagabunda… El fumigador –traje aislante, mochila a la espalda, mascarilla-, se limita a preguntar si hay niños, y a continuación empieza a esparcir veneno a chorros por nuestro hogar, sin esperar si quiera a que ella salga y sin dignarse a darnos la  información básica como, por ejemplo, cuando podemos volver a casa. 

A pesar de que en esta primera salida de fin de semana nos quedamos en la cuidad, el paseo no es, precisamente, relajado... Es la primera vez que camino un rato tan largo (hasta la Candelaria) y que veo el trajín de la 7ª con sus bicis, patinetas, viandantes, vendedores, y mis compañeros callejeros y de correa. A mitad de camino nos sorprende un aguacero monumental que nos obliga a refugiarnos en un pasaje comercial bien colorido repleto de "Recuerdo de Colombia". Yo me hago un ovillo en el piso mientras el vigilante pide a mi mamá que le adopte, igual que a mí, que él también está muy necesitado de cariño. Los vendedores le cuentan historias acerca de las veces que han estado a punto de seguir sus pasos, y -atentos al pequeño matiz- "robarse" un perro... Desde entonces mi mamá jamás me deja sola mientras hace mercado. El vigilante, como mi mamá no lo acoge, nos echa de ahí una vez pasada casi una hora del cierre oficial del centro comercial y, como yo no quiero caminar ni a tiros -y eso que mi mamá ha comprado tremenda sombrilla para cubrirnos las dos previendo este fatal desenlace-, pedimos asilo en una tienda de ropa juvenil que todavía está abierta y donde, sorprendentemente, nos dejan estar -mi aspecto realmente nos abre muchas puertas- hasta que el el fragor de la tempestad da paso al  tamborileo de las gotas sobre el asfalto y llegamos, por fin, a nuestro hogar de acogida donde mi mamá suspira aliviada de que haya aguantado el paseo. Esa noche me dejan dar uno de mis últimos conciertos de guacharaca acompañando a una guitarra que a su vez acompañaba a dos chicas amigas de Steven que cantaban como los ángeles. 
Aquí estamos descansando después de vaciar el salón...

Ya de madrugada, y una vez se han ido los invitados, mi mamá se levanta al baño, como hace siempre, y abre los ojos espantada al descubrir un charco del tamaño del océano atlántico en mitad de la sala. Esa tarde mi nueva veterinaria me había prescrito un diurético con la esperanza de que saliera el agua del edema que tengo en mi pata trasera derecha y mi mamá pensó que el efecto de la droga había sido bestial. Una vez constatado que aquello no podía ser la orinada de un perro, por mucho diurético que estuviera tomando, ven que el techo de la casa estaba poco menos que desplomándose debido a la cantidad de agua que caía y se pasan parte de la noche intentando contener la inundación sacando cubos y cubos de agua del salón y poniendo recipientes por toda la casa. Después de aquello, la verdad es que es difícil impresionarme, y eso que he tenido paseos bien emocionantes... 

A los tres días regresamos a la casa después de un intento frustrado de fuga por mi parte -con collar isabelino puesto y todo- aprovechando un despiste de la chica que ayuda a Steven en la casa. Mi mamá me encuentra dándome de cabezazos contra la puerta de entrada de la calle y yo arremeto contra sus rodillas cuando es ella casualmente la que abre la puerta... Y yo me pongo tan feliz al verla que la gente se voltea a mirar qué es eso que aúlla y se mueve frenético dentro del embudo de plástico blanco... 

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